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sábado, 6 de agosto de 2011

Editorial El Nacional

Contra los pobres
Inflación alimentaria


"El problema de la economía venezolana sigue siendo la inflación", afirmó el presidente del Banco Central de Venezuela, después de que el instituto emisor diera a conocer los datos oficiales correspondientes al mes de julio, los cuales nos mantienen como el país con mayores alzas de precios en América Latina. En esta oportunidad la inflación anual se registra en 25,1% y la mensual, la más alta desde enero, en 2,7%.

Pero con el agravante de que el rubro en el cual es mayor el encarecimiento de los productos es el de alimentos y bebidas no alcohólicas, que se elevó 4,8%, más del doble que cualquier otro de los renglones considerados.
Este resultado es particularmente preocupante porque los alimentos y bebidas representan la mayor proporción del presupuesto familiar en los sectores más pobres de la población. De manera que son ellos los más afectados. Si bien es cierto que en los procesos inflacionarios crónicos los ajustes periódicos significan que unas veces un sector es el de mayores incrementos y otras veces le corresponde a otros -como fue el caso del transporte en mayo-, se puede observar que los alimentos siempre están en la vanguardia, lo que implica que los hogares y los más pobres son los más golpeados.
La inflación es resultado de las políticas económicas del Gobierno, y es algo que "el proceso" no ha sabido enfrentar y más bien ha exacerbado. Por lo que no es difícil concluir que el modelo no funciona o es falsa la preocupación por las clases populares que se empeña en proclamar.
Los economistas suelen hablar del impuesto inflacionario para señalar que el alza de precios equivale a mayores impuestos, en una de sus modalidades más dañinas. La inflación alimentaria que estamos viviendo es no sólo eso, sino además un impuesto a los pobres, que los condena a la disminución de sus niveles de vida.
Como el aumento de precios no estimula la producción de alimentos, pues otras políticas -como los controles, las invasiones y las expropiaciones- se han encargado en hacerla poco viable, son pocas las esperanzas de que se alivie la presión al alza de los mismos y muchas las probabilidades de que se siga recurriendo a las importaciones para evitar un desabastecimiento generalizado.
Por ese camino se desemboca casi necesariamente en devaluaciones como las que hemos padecido en los últimos dos años que, a su vez, traen un encarecimiento masivo y repentino, particularmente en el caso de los alimentos.
Estas verdades elementales las hemos venido repitiendo en estos editoriales pero han caído en oídos sordos y arrogantes.
Ahora el presidente del Banco Central reconoce el problema. Y dentro de la avalancha de falsas promesas que ha contagiado al Gobierno, se nos trata de consolar afirmando que, con buena suerte, pudiéramos tener una inflación menor de 10% anual dentro de unos tres años. Mientras tanto, viviremos con el alza de precios.

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