La historia de esta
‘revolución socialista y bolivariana, pacífica pero armada’ es una antes y
después del cáncer que se afirma contrajo el jefe, líder, caudillo y
golpista-presidente.
Antes de este avatar (sin
necesidad de detenerse si es real o no), todo transcurría sobre la base de un
proceso a cuyo frente estaba una especie de ser supremo, invencible y
perfecto-infalible. Todo un ídolo-caudillo, a la usanza de Bolívar o Maisanta,
pero aún superior.
El asunto debe ser visto en
términos históricos. A partir de 1958, se creó e impulsó una ficción de
democracia y libertad que sirvió para hacerle creer a muchos que estábamos en
presencia de nuevas e innovadoras políticas. La representación se vendió como
una historia del colectivo.
Sin embargo, ya en el
mediano plazo, se hizo evidente que el viejo y el todopoderoso caudillismo
seguía con vida. El 27F-89 es el mayor reconocimiento del fracaso de esos
gobiernos.
El modelo económico
petrolero-rentista democrático queda agotado y al perderse el control social, se
abre el camino de la abierta represión. Con la mayor masacre de la llamada
historia republicana concluye esta experiencia que se vendió como
democrática.
En este marco de derrota
democrática, lo primero fue la reivindicación del dictador derrocado el 23 de
Enero de 1958, quien es elegido senador en el proceso electoral de
1968.
Pero una vez instalada en la
memoria la masacre del 27F-89, el inconsciente colectivo deja de creer en las
instituciones llamadas democráticas, incluyendo los partidos políticos,
lineamientos, dirigentes, y lanza su mirada hacia un aspirante a
caudillo.
Una figura que toma cuerpo
con la actividad conspirativa que se desarrolla desde los inicios de los 80 y
que tiene como cabeza y organizador principal a quien se presentará el 04F-92
como jefe golpista fracasado en su intento de derrocar el gobierno de Carlos
Andrés Pérez .
Desde este momento entra en
escena política una figura que se convierte progresivamente en la síntesis del
histórico caudillismo que ha controlado el quehacer venezolano a lo largo del
llamado período republicano. Un vengador cuya misión es rescatar la
institucionalidad del antiguo autócrata y darle un ropaje de entidad renovada.
De allí que en un inicio se
trate de presentar como la copia-síntesis de tres raíces: Bolívar, Zamora y
Simón Rodríguez. Pero al advertir el simplismo de esta fórmula tan identificada
con el caudillismo decimonónico, se acoge la orientación y recomendación de
Fidel Castro de adelantar aquí una revolución socialista siglo XXI, copia
ampliada y corregida de la que él fundó en Cuba.
Y es así como suma a su
atuendo la condición de revolucionario a la cubana, en cuya dirección llega
hasta aceptar, convalidar y promover la constitución de Venecuba, dos
revoluciones con un solo camino, un único sentido político e ideológico y un
solo gobierno.
Un caudillo que asume los
rasgos de la llamada ‘tradición heroica’, simbolizada en Maisanta, pero que da
el paso hacia una supuesta revolución, que se adelanta, no con la clase obrera,
sino a punta de negocios o conexiones petroleras.
El ‘proceso’ está costeado
por los precios del crudo, y no para desarrollar una economía sino para vivir el
día a día en base al reparto, la compra-venta, la negociación. Un caudillo que
sumó a su poder una economía que en el marco global-capitalista ocupa puesto
privilegiado.
Este es el héroe-caudillo
mesiánico y nuevo Simón Bolívar, que dice hoy estar afectado por un cáncer que
califica de controlado pero que muchos agentes de las oposiciones consideran
terminal.
La verdad sobre esta materia
no puede ser dilucidada por falta de información confiable. Por ello no nos
queda sino jugar a los escenarios, entre ellos la muerte inmediata o la
sobrevivencia.
Nos acogemos al último, sin
descartar lo imponderable, a sabiendas de que cualquiera sea el nivel y
veracidad de la enfermedad, no se puede poner en duda los esfuerzos y grandes
recursos-inversiones en la curación que pone a prueba la ‘clínica
fidelista’.
A la vez es necesario
entender que para una buena parte del colectivo, sumido en la pobreza, es
indispensable la salvación que le permita continuar en el
mando-poder.
Esto significa que la
enfermedad, lejos de restarle seguidores le suma voluntades, por ser vista como
la única posibilidad de que siga el reparto petrolero extendido a través de
Misiones y demás formas de mantener conforme y participativo al
colectivo.
Por ello el cáncer adquiere
al lado del petróleo el rango de jefe de campaña del golpista-presidente (GP).
Por todas partes la información y la contra-información para una conclusión: ese
cáncer tiene loco a este ex país.
No estamos entonces ante una
simple enfermedad, sino frente a un mal que aqueja al “hombre-culto-historia”,
que todo lo ocupa y sin el cual nada sería igual. El colectivo, las oposiciones
y los medios están controlados por el cáncer del GP. Todas las demás noticias
vienen después. En pocas horas, por ejemplo, el affaire Aponte Aponte será un
vago recuerdo.
Y frente a este panorama
¿hay posibilidad real de confrontar-derrotar a este GP que controla la suma de
individuos que somos, con petróleo y hasta con la más agresiva manipulación que
toma la enfermedad como objetivo central?
Para muchos políticos
estamos hoy ante una especie de vigilia necesaria, como la que se hace en
diciembre del 35 dada la convicción de que sólo la “muerte natural” podía acabar
con el dictador.
Y de nuevo preguntamos: ¿Por
qué no admitir que estamos anclados hoy en esa fecha y circunstancias? ¿Es qué
nuestra política hoy ha ido más allá del grito indescifrable de la generación
del 28: ¡Sacalapatalajá!? ¡Qué historia amigos! T: @ablancomunoz
El Universal, 27 de abril
del 2012.