.

.

Translate

miércoles, 26 de febrero de 2025

ABC: La comida a veces estaba podrida, perdí 42 kilos en una cárcel de Maduro

 


Las personas arrestadas durante las protestas posteriores a las disputadas elecciones presidenciales del 28 de julio caminan hacia sus familiares después de su liberación frente a la prisión de Tocuyito, en Tocuyito, estado de Carabobo, Venezuela. (Foto de Gabriela Pérez / AFP)

 

 

Ads by 

Puede haber consecuencias negativas para quien reclame sus derechos en la Venezuela chavista. Y Emilio (nombre ficticio, por seguridad) supo que había sacado el número perdedor cuando una docena de agentes armados y con los rostros cubiertos tocaron su puerta.


Por Andrés Gerlotti Slusnys | ABC

No le mostraron la orden de arresto necesaria para sacarlo de su hogar, pero los procedimientos que establece la ley y la manera en que estos son ejecutados tampoco suelen ir de la mano. Especialmente en ese momento; habían pasado pocos días desde que Maduro se autoproclamó ganador de las elecciones presidenciales y el número de detenidos en todo el país ya se contaba por cientos.

Emilio todavía no tenía forma de saber que la noticia de su detención había causado un revuelo en redes sociales.

Apenas al tercer día de ser detenido pudo tener contacto con un familiar. Para entonces, Maduro ya había puesto una cifra a la represión poselectoral: «Tenemos 2.000 presos capturados y de ahí van para Tocorón y Tocuyito. Máximo castigo. Justicia. Esta vez no va a haber perdón, esta vez lo que va a haber es Tocorón».

Tocorón y Tocuyito son cárceles de máxima seguridad. En la primera nació el Tren de Aragua, y a la segunda trasladaron a Emilio junto a decenas de presos políticos, acusados de terrorismo. Ambos centros penitenciarios habían sido vaciados el año anterior y han servido para encarcelar a la disidencia.

A Emilio lo encierran junto a otras nueve personas en una celda de siete metros cuadrados. Además de un váter, una ducha y un lavamanos, hay un banco de hormigón «en el que caben dos personas y media sentadas, o una acostada». No hay literas, así que deben dormir «en el suelo pelado, sin sábanas».

Pasan dos semanas hasta que el director del centro penitenciario abre las celdas, y los reclusos pueden estirar las piernas en los pasillos. No hubo mayor conflicto entre los presos en medio del hacinamiento. «Cuando se daban momentos de intolerancia, tratábamos de calmar la situación. Y estas siempre se daban, sobre todo, por malos olores o maneras de contestar. También por ir al baño sin ningún tipo de privacidad. El pudor, la vergüenza y toda esa parte de humanización desaparece», rememora Emilio.

Cerca de la tercera semana de encierro en Tocuyito, los reclusos reciben algunos productos que enviaron los familiares fuera de prisión. «Ahí empezamos a comer más y por fin pude recibir mis medicinas, que debo tomar todos los días». Como también los enfermos de diabetes o VIH, que se vieron obligados a suspender sus tratamientos. «También tuvimos acceso a agua potable; la que teníamos en la celda era turbia, de mal olor y con pésimo sabor, y por eso muchos habían desarrollado patologías, como diarrea, erupciones y todo tipo de alergias».

Han pasado 22 días desde que Emilio fue detenido y siguen llegando presos políticos a la cárcel. Para hacer espacio a los nuevos reclusos, Emilio y otras 500 personas son trasladados a otro edificio del complejo. Están a punto de cumplir el mes de aislamiento que les habían dicho que, sin razón, debían acatar, «pero nos enteramos de que el conteo se reiniciaba, y fue allí cuando se comenzó a sentir la depresión colectiva. Se oía a la gente llorando, pidiendo por sus familias. Era muy fuerte».

La comida ahora es escasa y con exceso de sal o picante. Les dan una arepa con queso por la mañana y otra por la tarde. Al mediodía comen arroz acompañado por «vísceras molidas que a veces estaban podridas. Llegué a perder 42 kilos», comenta Emilio, que pesaba 120 kilos cuando entró a prisión.

Pasado el mes de reclusión, los prisioneros reciben la primera visita familiar. «Quedaron impactados con nuestra apariencia -explica Emilio-. Teníamos como dos meses sin sol. A través de las redes denunciaron que estábamos flacos, pálidos… Y entonces los funcionarios comenzaron a aumentar las raciones de alimentos».

«Había mucha tortura psicológica: los guardias preguntaban por las familias: «cuántos hijos tienes», «a qué se dedican»; y luego nos decían que no los íbamos a ver más, que nos pudriríamos ahí durante 30 años -la pena máxima en Venezuela-. Eso agravaba la situación de inestabilidad mental que ya existía. A mí me amenazaban con que no iba a salir, pero no me importaba pasar ahí el tiempo necesario. Si me doblegaba, ellos ganaban. También había tortura física. «A los que se portaban mal los sacaban esposados y los guindaban en un tubo. O inclinados o con los brazos hacia arriba. Imagina el agotamiento físico».

Las excarcelaciones comienzan a agilizarse tras morir en cautiverio uno de los presos poselectorales por falta de atención médica. Después de casi cinco meses de encierro, Emilio recibe su boleta de excarcelación, pero antes de salir es obligado a firmar un documento asegurando que en la prisión «no se violaron derechos humanos, se portaron bien con nosotros y nunca fuimos maltratados. Una ilegalidad, porque es una declaración jurada que no redactamos nosotros, que son mentiras, y que firmamos bajo coacción». Luego lo hicieron grabar un vídeo dando las gracias a Maduro.

Lea más en ABC

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.