
Un hombre de avanzada edad, pero con buen ritmo y estabilidad, camina por los pasillos de un hotel ubicado a pocos metros de la Plaza de Cibeles, en Madrid. Viste unos jeans y una camisa manga larga con unas imágenes particulares: al lado derecho de su pecho, un estampado de la Virgen de Guadalupe y, a su izquierdo, la bandera de Ucrania. Se trata de Lech Walesa, un obrero electricista que lideró la lucha contra el régimen soviético y terminaría por ser clave en la transición de Polonia hacia la democracia.
Ahora, con la experiencia de una presidencia sobre sus hombros (fue jefe del gobierno polaco entre 1990 y 1995) y la lucha por la resistencia democrática, Walesa cuenta sus vivencias con la esperanza de poder contribuir a un mundo más democrático. El Nacional conversó con él en el marco del décimo primer aniversario del Casla Institute, que lo invitó a la capital española.
—¿Cómo comenzó su lucha?
—El comunismo necesitaba tiempo para que se pueda demostrar que ya no es un sistema eficaz que impide el desarrollo. Y además tenemos que darnos cuenta de que en los países comunistas por aquella época, el comunismo impuso con fuerza a los países de Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, se organizó el mundo con las zonas de influencia y muchos países, incluso Polonia, cayó dentro de la zona de influencia soviética. Era contra nuestra voluntad y, desde entonces, luchamos contra el comunismo.
—¿Cómo se organizaron para combatir al régimen dictatorial soviético?
—Primero, entre los años 40 y 50, luchamos con armas. Pero perdimos. Así que cambiamos de métodos de lucha, adaptándonos a huelgas y protestas en las calles. Con cada paso mejorábamos nuestros métodos de lucha. Logramos, entonces, la modalidad de hacer huelgas pero sin dejar los puestos de trabajo para así mantenernos también dentro de las fábricas. Tratábamos de organizar a todo el país durante las huelgas, aunque a veces pensábamos que no íbamos a tener éxito. De esa forma, pensamos que una solución sería integrar en huelgas globales al resto de países de Europa Central y Este, arropados por el comunismo soviético. Al mismo tiempo, nos valíamos del hecho de que el comunismo había perdido su potencial y estaba comenzando a extinguirse.

—Muchos de ustedes, incluyéndolo a usted y a sus colegas del movimiento Solidaridad, fueron a la cárcel por estas actividades. ¿Qué los motivó a seguir luchando, a pesar del miedo que genera la represión?
—Nos impusieron un sistema a la fuerza y se pudo ver que el comunismo no permitía el progreso y el desarrollo. Cada uno de nosotros sabía que teníamos que cambiarlo, pero el reto era cómo hacerlo. Había mucha gente que me decía por aquella época que iba a ser imposible y que solamente una guerra nuclear con misiles nucleares podría cambiar el estatus quo. Y yo siempre decía no, sosteniendo que había que encontrar argumentos buenos para defendernos. Y entonces encontramos esos argumentos.
—El movimiento Solidaridad incluyó a un grupo muy variado de personas, desde obreros, intelectuales y miembros de la Iglesia. ¿Cómo lograron mantenerse unidos, a pesar de sus distintas trayectorias?
—Soy un hombre de perspectiva práctica. Noté que teníamos un fundamento común en todo el mundo: nos integraba la oposición al comunismo y a la Unión Soviética. Todos nos oponíamos a esos dos elementos. Sin embargo, si bien había un grupo que detestaba el comunismo y la Unión Soviética, también había otro que los amaba. Así que propusimos una lucha pacífica con argumentos que nadie podía rechazar, incluso nuestros rivales aceptaron nuestros argumentos. Por eso logramos triunfar.
—¿Y qué ocurrió una vez que llegaron al poder?
—Cuando ganamos, perdimos ese denominador común. Eso significó el fin del movimiento Solidaridad. Pero entre todos adoptamos una postura práctica que diera soluciones, como por ejemplo enfocarnos en la recuperación económica.
—Trasladémonos a los años en los que el presidente Walesa asumió la jefatura del Estado (1990-1995). ¿Cuáles fueron los principales retos que consiguió y que enfrentó como responsable de encabezar la transición democrática?
—Cuando tenía más o menos 10 años, escuchaba a mis parientes y a las personas de la generación mayor hablar sobre lo que ellos echaban de menos de la Polonia democrática. Extrañaban mucho su libertad. Así que se me quedó grabado en la mente el pensamiento de que yo tenía que ayudarlos, hacer algo para convertir esos deseos en realidad. Por esa época mis sueños no se podían implementar e incluso me olvidé de ellos. Pero cuando me trasladé de mi pueblo a la ciudad de Gdansk con 26 años, me hicieron el líder de las huelgas de los astilleros en los años 70 y esos recuerdos se reavivaron. Y como jefe de la huelga, pensaba que tal vez podría derrumbar al comunismo. Esa lucha duró al menos los siguientes diez años, cuando también me hicieron líder del movimiento Solidaridad en toda Polonia. El sistema se fue debilitando y, a pesar de la Ley Marcial que ilegalizó a Solidaridad, nos impusimos hasta lograr la presidencia. Entre mis primeras acciones como presidente estuvieron cortar los lazos de Polonia con Rusia y retirar a las tropas rusas de nuestro territorio.

—Hablemos de Venezuela. Allí, algunos funcionarios del gobierno están siendo investigados por la comisión de posibles crímenes de lesa humanidad. Otros han sido incluso sentenciados por delitos financieros. Eso podría explicar por qué algunos funcionarios están dispuestos hasta de robarse unas elecciones para no abandonar el poder. ¿Cómo se lidia con algo así? ¿Qué se puede hacer para incentivar el cambio?
—Parece una situación semejante (a la de Polonia tras el derrumbe del sistema soviético), pero hay diferencias. En la Polonia comunista tuvimos a algunas personas vinculadas con crímenes, pero por causas políticas. Y me parece que en Venezuela la situación es al revés: se vinculan con la política por causas criminales. Es una diferencia bastante determinante y requiere otros métodos de lucha. Lo único que puedo aconsejar es encontrar una argumentación justa y adecuada. A veces se necesita tiempo, como con el comunismo, para que se pudriera (el sistema político).
—Usted fue cercano al papa Juan Pablo II. ¿Sintió algún respaldo del Papa en su batalla contra el régimen soviético? ¿Cuál cree que debería ser la postura del Papa actual frente a los regímenes autoritarios de nuestros días?
—En el tiempo de mi lucha, la Iglesia católica tenía muchos antagonistas muy potentes que querían derrumbarla. La Iglesia tenía que ocultar sus impurezas para que los enemigos no la atacaran. El papa Juan Pablo II tenía que cerrar los ojos incluso a las cosas que no eran tan grandes porque los enemigos estaban listos para atacar. En ese sentido, si atacaban a la Iglesia, yo iba a perder. Había cardenales que eran catalogados como criminales por el comunismo, y se pensaba que podían matarlos. Yo pensaba que tenía que cerrar los ojos para mantener la integración de la Iglesia, para que se mantuviera entera y fuerte. Pensaba que cuando cayeran los enemigos, la libertad de la prensa ayudarían a revelar las impurezas y a limpiar la Iglesia. Era una estrategia fenomenal. Durante el periodo de lucha, el Espíritu Santo nos dio a Juan Pablo II, quien mantuvo la integración de la Iglesia para la derrota del comunismo. Ahora, el Espíritu Santo nos está dando otros tipos de papas para que limpien la Iglesia.
—¿Por qué cree que las democracias parecen más disminuidas ahora?
—Cada cambio de generación nos toca a nosotros. Nuestra generación derribó el viejo orden en el mundo. El comunismo soviético y la estructura del mundo establecida después de la Segunda Guerra Mundial, es decir, las zonas de influencia se terminaron. Era necesario derrotar el antiguo orden porque impedía el desarrollo y el progreso del mundo. Terminó la época de las divisiones y apareció en el horizonte la época de la tecnología y del globalismo. Y ahora estamos en un nuevo período de discusión sobre cuál debe ser ese nuevo orden mundial. Lo que está pasando ahorita en el mundo es como un ataque enorme a las democracias, donde populistas y demagogos son elegidos. Debemos tomar nuestras experiencias pasadas y determinar cuáles pueden ser útiles y cuáles no. Si no sabemos identificar nuestros retos y superarlos, vamos a salir derrotados.
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