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miércoles, 29 de octubre de 2025

Venezuela: ¿la hora decisiva?

 



La pregunta no es si Estados Unidos puede ejercer su poder militar, sino si sabrá emplearlo con inteligencia para evitar una guerra contra el narcoterrorismo que podría redibujar el mapa político de América Latina. Lo que está en juego no es solo la caída del liderazgo criminal que sostiene al régimen, sino el futuro mismo de la estabilidad democrática en la región.

La historia demuestra que incluso las intervenciones exitosas pueden desatar inestabilidad cuando carecen de una visión estratégica integral. Irak, Libia y, en un contexto distinto, Panamá ofrecen lecciones que no deben olvidarse.

La tentación de “hacer algo”

Resulta comprensible que dentro y fuera de Venezuela aumente la sensación de urgencia por actuar. La devastación económica, los crímenes de lesa humanidad, la captura del Estado por redes criminales y la crisis migratoria más grave del hemisferio alimentan la idea de que solo una acción de fuerza podría cerrar el ciclo del narcoestado.

Pero la historia advierte: entrar siempre es más fácil que salir.

Estados Unidos ha vivido esta paradoja antes. En Panamá (1989) capturó a Manuel Noriega en una operación precisa, aunque dejó resentimientos regionales. En Irak (2003) y Libia (2011), la caída de Hussein y Gadafi trajo años de fragmentación, terrorismo y vacío de poder.

En América Latina, la memoria de la Guerra Fría —Bahía de Cochinos (1961), Granada (1983), Chile (1973)— sigue viva. Cada episodio tuvo su contexto y legitimidad, pero todos dejaron cicatrices. La región continúa siendo profundamente sensible a cualquier acción militar estadounidense percibida como imposición.

Frente a un Estado capturado por el Cártel de los Soles, la respuesta requiere firmeza, claridad moral y contención estratégica. La fuerza es un recurso de último nivel dentro del poder, nunca su primer reflejo.

El primer movimiento

Estados Unidos ya ha ejecutado el primer movimiento: un despliegue que amplía su abanico de opciones estratégicas. En la lógica de los conflictos contemporáneos, el juego se desarrolla en secuencia, con movimientos anticipados.

El propósito no consiste en “neutralizar al cártel” mediante un ataque directo, sino en guiar a la coalición que lo sostiene hacia una ruptura interna: una presión sincronizada —interna y externa— que fuerce el colapso del narcorrégimen sin guerra, preservando las instituciones y la estabilidad democrática.

Maduro comprende que un enfrentamiento con Estados Unidos sería suicida. También sabe que ha sobrevivido a sanciones y aislamiento apostando a la fatiga política del cortoplacismo presidencialista estadounidense. Es la táctica perfeccionada por Corea del Norte: resistir hasta que el costo de intervenir supere el de tolerar.

Sin embargo, el desenlace no se definirá en Washington, sino en Caracas.

El movimiento decisivo está dentro de Venezuela

En toda transición coercitiva, los militares actúan como bisagra. Irak y Libia demostraron el error de desmantelar instituciones sin alternativas: se abrió el paso al extremismo y al caos. En Panamá, la disolución de las fuerzas armadas generó un vacío que tardó décadas en cerrarse.

Venezuela enfrenta un escenario distinto. No se trata de imponer un cambio desde fuera, sino de hacer cumplir la decisión soberana del pueblo, que eligió a Edmundo González Urrutia como presidente legítimo el 28 de julio de 2024.

Una transición sostenible exige que sectores de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana comprendan que su supervivencia institucional depende de separarse de las estructuras criminales del poder. Estados Unidos no busca su destrucción, sino promover su papel como garante del orden interno y actor responsable en la transición.

El reto consiste en reconfigurar los incentivos para que la FANB entienda que su mejor decisión histórica es acompañar el cambio político antes de ser arrastrada por el colapso del régimen, tal como lo expresó el 28J.

El peor escenario

Una acción militar sin preparación política y regional conduciría a un resultado híbrido entre Libia e Irak:

  • caída del narcorrégimen sin estructura para gobernar,
  • disputas entre facciones civiles y criminales,
  • flujos migratorios masivos hacia los países vecinos,
  • y la probable injerencia de potencias rivales como Rusia, Irán o China.

La región no puede permitirse ese lujo. Venezuela está entrelazada económica, social y territorialmente con América Latina.

Advertencia a los gobiernos de la región

Muchos gobiernos latinoamericanos han optado por observar desde la distancia, temerosos de alinearse con Washington o de interferir en lo que llaman “asuntos internos”. Sin embargo, el conflicto venezolano dejó de ser un asunto interno hace tiempo.

La presencia de grupos armados en la frontera colombo–venezolana, la expansión del crimen organizado en Colombia, Ecuador, Chile y Perú, y la crisis migratoria en todo el continente muestran que la neutralidad tiene un costo creciente.

Quien no participe en la solución será arrastrado por sus consecuencias.

La mejor estrategia para evitar una guerra

Una solución efectiva y sostenible debe basarse en cinco principios esenciales:

  1. Disuasión creíble: mantener el despliegue militar como presión legítima, no como preludio de ataque.
  2. Canales con la FANB: ofrecer garantías de preservación institucional bajo una transición democrática.
  3. Acuerdo regional mínimo: construir una posición común entre los países clave del hemisferio.
  4. Plan para el día después: asistencia humanitaria, seguridad fronteriza y elecciones generales supervisadas internacionalmente.
  5. Restauración sin revancha: evitar la humillación del derrotado, porque la estabilidad necesita reconciliación, no venganza.

Un llamado hemisférico

América Latina no puede seguir esperando que Washington resuelva sus crisis para luego juzgar los resultados. La región debe articular un frente diplomático, económico y de seguridad que acompañe una transición venezolana sin guerra y con legitimidad.

Los países latinoamericanos tienen la capacidad —y la responsabilidad— de actuar como garantes del proceso, coordinar la asistencia humanitaria y respaldar la restitución de la soberanía popular sin desmoronar al Estado.

El momento de decidir

La cuestión ya no es si Venezuela cambiará, sino cómo y a qué costo.
La historia no recordará las palabras de los gobiernos, sino las decisiones que tomaron cuando una nación enfrentó la narcotiranía.

Hoy, el hemisferio tiene ante sí una oportunidad única: evitar una guerra sin renunciar a la justicia ni a la libertad.
Actuar con visión, coraje y propósito común será el verdadero movimiento que cambie el curso de la historia.

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