
La llegada de María Corina Machado a Oslo en la madrugada del jueves, tras sortear múltiples dificultades para salir de Venezuela después de meses sin conocerse su paradero, abre interrogantes tanto sobre la capacidad real de la oposición para impulsar una transición política en el país como sobre hasta dónde podrá el Gobierno de Nicolás Maduro sostener el control interno en medio de la creciente presión internacional.
Machado es la primera figura opositora en más de una década que reúne legitimidad interna y respaldo internacional de manera simultánea.
El Nobel recibido por Machado va más allá de un gesto moral. El Comité Noruego, al otorgarlo, envía un mensaje claro a la comunidad internacional de un absoluto respaldo a la vía democrática, diplomática y pacífica para que el régimen abandone el poder y cese la represión.
En su discurso de recibimiento del Nobel —leído por su hija Ana Corina Sosa— Machado aseguró que el año y medio fuera del radar oficial le permitió construir nuevas redes de presión cívica y preparar «una transición ordenada hacia la democracia».
Un camino largo
La cruzada internacional de Machado, sumada a su salida y eventual regreso a Venezuela, impacta en un punto sensible del relato oficial: el control absoluto del territorio y de los movimientos de la oposición.
Para Sandra Borda, profesora asociada del departamento de Ciencia Política y Estudios Globales de la Universidad de los Andes (Colombia), esos desplazamientos actúan como una prueba de estrés para el régimen venezolano.
«La salida y eventualmente el regreso de ella pueden significar también un proceso de deterioro del control que mantiene el Gobierno sobre el territorio. Se suponía que nadie podía entrar y salir y se suponía que estas figuras de la oposición estaban todas vetadas y totalmente controladas por el Gobierno. Luego si ella pudo salir y además si puede volver a entrar, eso es un golpe para la imagen de fortaleza y control que tiene el Gobierno», explica Borda a EFE.
Ese movimiento, no obstante, no se traduce automáticamente en una amenaza existencial para el chavismo. Borda señala que Machado dispone de una «palanca política muy fuerte», pero subraya que «si no está acompañada de presión internacional, estratégicamente construida para sacar a Maduro del poder, lo suyo sola no va a ser suficiente».
A esto se suma la variable estadounidense. EEUU mantiene desde hace unos meses un despliegue aeronaval en el Caribe y tanto Donald Trump como Nicolás Maduro han mantenido algunas conversaciones, además, de que Machado contó con la ayuda de Washington para poder salir de Venezuela.
«Habría que ver en qué está Washington, si está entendiendo esto como una oportunidad para intensificar la disuasión que está ejerciendo en el Caribe», afirma la analista colombiana.
El reconocimiento a Machado también revela la diversidad de posturas en la región. Panamá, Argentina, Ecuador y Paraguay acudieron a la ceremonia de entrega del Nobel para expresar su respaldo directo, mientras que Brasil, Colombia y México mantienen posiciones más cautelosas y Nicaragua, Cuba, Rusia e Irán ven la distinción como una «intervención» en los asuntos venezolanos.
La verdadera prueba política para María Corina Machado será cuando intente regresar a Venezuela. Ese momento definirá si su puesta de largo en Oslo marca el inicio de un ciclo distinto para la oposición —o si, como en 2019, la ventana internacional se convierte en un impulso simbólico sin capacidad de alterar el poder real del chavismo.
Con información de EFE
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